Cómo la Web3 afecta a la Industria Musical
Una mirada introductoria hacia el destino de músicos, creadores y fans ante la imparable expansión de blockchain
Estamos ya en el mes de mayo y, a pesar de los rumores que venían por el horizonte, no parece estar cerca ese boom de los NFT musicales que se preveía. ¿Significa esto que fue todo una falsa alarma? En absoluto. Simplemente hay que discernir entre dos momentos. El de este preciso instante y, el mismo, un año atrás, cuando vivíamos inmersos en una pandemia aún fuertemente galopante. En este momento todas las piezas han vuelto -más o menos- a su lugar y, ciertos productos, no acelerarán del mismo modo que lo hicieron las obras de arte en formato Non-Fungible. La música va a tener la suerte de dar pasos al frente más certeros aunque no por ello menos creativos.
Hemos frenado en seco en materia de NFTs pero, afortunadamente, no hemos echado el freno de mano ni hemos apagado el motor. No se trata de una cuestión técnica sino de producto. La tecnología funciona pero los mercados aún tienen mucho trabajo por delante para conseguir que las empiezas encajen y el engranaje funcione.
Hace unos meses hablaba de todo esto con el responsable de marketing de una institución deportiva. Le decía que lo importante ahora es abrazar la tecnología y no el producto (los NFT en este caso), porque el producto, en estos momentos, es susceptible de mutar súbitamente o, simplemente, desaparecer en beneficio de algún otro. Sin embargo, este y otros profesionales del ámbito deportivo, solo estaban -al menos hace unos meses-, obsesionados con tokenizar todo lo posible. Y la verdad es que les entiendo. Los beneficios que podemos extraer al comerciar con tokens son enormes si tenemos una marca detrás. El problema es que, al mismo tiempo, no tengamos ninguna utilidad para los mismos delante. Es algo así como hacer creer que, en el mejor de los casos, estás vendiendo derivados de la propia institución deportiva (cuando en realidad es puro scam maquillado de alicientes que parecen ventajas). Hay que tener mucho cuidado con esto porque, si aunque no sea tu intención, consigues variar los hábitos de consumo de tus clientes a cambio de nada, se puede volver en tu contra.
Hablamos de que el funcionamiento de toda la institución se vea afectado por la demanda de sus consumidores y solo pueda atenderla a través de empresas terceras como, por ejemplo, Sorare o Chilliz (a diferenciar de otras, vinculadas con eventos deportivos, como Crypto.com, dedicadas a otros segmentos), cuyo modelo se parece mucho más a Spotify de lo que pareciera en un primer momento. Estas y otras compañías conocedoras de la nueva realidad tecnológica, impulsan una disrupción que controle tanto los hábitos de los consumidores como la capacidad de decisión de las empresas que, en un primer momento, acuden a ellas animadas por ingresos donde todo es beneficio. Pregunten a Sony o Universal si aquella joven empresa recién llegada desde Suecia con la bandera del streaming bajo el brazo, condiciona sus decisiones desde el centro de sus estrategias o no (a pesar de que el éxito esté en la reciprocidad).
En torno a 12 meses atrás lanzamos un artículo llamado Live Nation sale a escena. En él comentábamos lo dañada que ha salido la industria musical con cada nueva ola de internet, pero en esta ocasión, en el momento en el que saltamos paulatinamente de la Web 2 a la Web 3, la historia parece haberle preparado un salto con red. O eso, o que aprendió de lecciones pasadas y esta vez está sabiendo medir bien sus pasos.
Los cimientos de la industria se siguen moviendo y, la mejor prueba de ello es que, en un momento en el que hay más músicos que nunca y más música disponible que nunca, existe, en proporción, menos músicos profesionales que nunca. Desde el año 2000 y hasta 2020 (transición de Web 1 a Web 2) el número de músicos que se consideran a sí mismos profesionales ha menguago en un 41%.
Según IFPI (Federación Internacional de la Industria Fonográfica), las ganancias por streaming han crecido en más de un 42% desde 2015, mientras que la industria en sí misma solo ha crecido desde entonces en torno a un 10%. Todos los elementos susceptibles de mejora con la disrupción tecnológica y el auge de videojuegos y metaversos son los únicos que suben (sincronización, streaming y derechos por actuación en directo). Ventas físicas y venta digital siguen en caída libre y, aunque no desaparecerán porque se encomiendan al fandom más radical, tienden a ser elementos residuales.
Más música que nunca y más músicos que nunca (más aún si pensamos en podcasters y otros creadores de contenido del audio) acompañados del índice de profesionalización más bajo de la historia pero, al mismo tiempo, con una industria musical que ha vuelvo a niveles del año 2000 tras su colapso en torno a finales de la década (hoy supera los $20.000 millones). Claramente algo falla en este balance si tenemos en cuenta que, la cadena, interrumpida con decenas de eslabones innecesarios, va de creadores a consumidores, de músicos a fans.
Resumiendo: la alta demanda musical hace más difícil, con la estructura actual, ser músico profesional pero más fácil hacerte escuchar. Por suerte, la esperada Web3 y su tecnología blockchain llega para ofrecer un orden más justo (que como todo en este mundo acabará siendo imperfecto y paulatino, pero al menos será uno mejor).
Aunque la tecnología DLT y su solución blockchain fueron inicialmente pensadas y aplicadas para la creación y perfeccionamiento de proyectos crypto, sus avances permiten que una nueva realidad laboral llamada creator economy, rompa las barreras actuales entre creadores y fans, o emprendedores y clientes finales, cambiando e instaurando nuevos modelos de negocio, ofreciendo mucho más control al individuo (creadores y no creadores) y restando poder a figuras de autoridad entre ambas partes que, excepto en el caso de ejercer de reguladores, están restando beneficios de todo tipo a unos y otros.
Asomémonos al balcón del futuro para, a vista de pájaro, avistar 4 puntos clave esenciales en la vida del músico una vez que blockchain irrumpa en nuestras vidas expandiéndose a lo largo y ancho de mundos físicos, digitales y virtuales.
Gracias a las cadenas de bloques los músicos podrán cotejar al momento y, con plenas garantías, el número de veces y segundos que su contenido ha sido consumido. De esta forma, el control anti-piratería o falseado de datos, es casi imposible de suceder, al tratarse de un sistema descentralizado pero, regulado, de consumo -entre artista y usuario-. Hay que entender que el control perfecto en materias de piratería no existe ni puede existir. Tanto si grabas una canción con tu grabadora o si reproduces un tema en tu bar, son situaciones indetectables. Por lo tanto, el único objetivo posible, es ofrecer mejores vías de acceso hacia contenido de pago. Con blockchain cambian las estructuras. Si un usuario comparte una canción que ha adquirido a través, desde o en, una cadena de bloques en particular, a éste se le cargará una cuantía concreta por esa canción compartida desde su cuenta. Esto, a día de hoy, con las tecnologías actuales implantadas en el ecosistema musical, no se puede hacer con fiabilidad.
Un artista que conserve el master de sus canciones, podrá usarlo para comercializar con éste en su red blockchain, sin necesidad de contar con intermediarios que velen por la seguridad de esas canciones. Este matiz es importante porque no se trata de hacer algo nuevo sino de hacerlo mejor. Durante los últimos tiempos hemos podido prescindir de discográficas para lanzar nuestra música pero, o no lo hemos hecho por motivos de distribución o bien por temas de protección de copyright u otros. Si tus canciones están en blockchain, tú mismo puedes controlar su uso y explotación sin intermediarios.
Estos cuatros puntos forman una cadena con cierta lógica narrativa. Tras el contenido y las grabaciones, ahora toca hablar de una nueva independencia para el músico. Si como hemos visto, rastrear el uso, explotación y pagos se vuelve literalmente fácil e inmediato, el artista se vuelve tan libre como le interese ser porque, además, los costes legales y económicos se vuelven marginales para el artista, quien deberá preocuparse más, por contar con un creador de comunidades a su lado, que de un sello, un rights holder o una agencia de prensa. Por otro lado, si tanto grandes como pequeños sellos están interesados en sobrevivir, deberán reajustar todo su negocio a modelos blockchain (igual que las empresas deportivas -cosa que veremos en próximas newsletters) ya que la tecnología en sí misma y no los derivados de la tecnología, será el cetro de poder de todas las mecánicas.
Gracias a los tres avances anteriores, encadenados entre sí como si de una cadena de bloques se tratase, el cuarto y último punto nos lleva a una revolución en el pago de royalties, cerrando así el círculo de una mejorada independencia, gracias a la transparencia de los procesos blockchain. El pago de royalties es la piedra angular de la supervivencia del músico pero, aún así, es un proceso extremadamente opaco y repleto de contratos con varias partes intermediarias. Podemos sintetizar los royalties en, reproducciones por streaming y reproducciones en radio, TV y eventos. Conseguir que no se escape ni un céntimo es un trabajo realmente difícil y estaríamos hablando de una gotera de miles y miles de euros. Gracias a la transparencia de los procesos blockchain, sobre los que podemos consultar cada movimiento histórico de la cadena (usos, préstamos, ventas, reventas…), y desde lo rigurosamente estipulado en el contrato inteligente por el que se rija cada cadena, podremos el creador controlar la explotación de cada creación (grabaciones en audio en este caso pero también duplicidades de ese máster para todo uso) hasta tal punto que es posible controlar qué uso está dándose a las canciones en plataformas de terceros y ordenar pagos automáticos e instantáneos sin esperas trimestrales, semestrales o anuales y, muy probablemente, en distintos tipos de moneda (fíat o centralizada, y crypto o descentralizada, además de diversos tokens usados como moneda de cambio).
En un momento como el actual durante el cual Bitcoin cae estrepitosamente hasta muy por debajo del dólar -en torno a $0.80-, y Ethereum baja casi un 20%, así como otras tantas monedas siguen la estela (Solana, Cardano o Dodgecoin), con pérdidas diarias en torno al 10%, y varias compañías bloquean las peticiones de retirada de fondos de sus usuarios ante la avalancha de las mismas, la tecnología que las vio nacer, en cambio, no para de crecer, avanzando con paso firme desde el corazón de todo tipo de compañías multinacionales o locales en la transición hacia la Web3. Lo puedes volver a leer más arriba, dentro del contexto con el que iniciábamos este artículo, “lo importante ahora es abrazar la tecnología, no el producto”. Creedme, si por ejemplo Bitcoin perdiera su valor y cayera en desuso como una moda pasajera, no significaría que todo haya sido una mentira porque, la tecnología, prevalecerá.
Estremece pensar todo lo que viene por delante en materia laboral para los creadores de todo tipo (que es, al final, en lo que traducimos todo esto). Pero, si nos ceñimos al tema que nos ocupa (la industria musical), lo de que de verdad emociona no es una nueva disrupción más como ya sucedió con las redes P2P a la llegada de la Web2 o incluso la aparición y consolidación de, sobretodo, Spotify. Lo ilusionante es pensar que, con sus más y sus menos (porque los habrá), la Web3 y todo lo que esta conlleva trae a la industria musical una serie de procesos y nuevos protocolos estables, seguros y transparentes que acercan más a músicos y fans.
Vamos a seguir publicando artículos sobre esta materia para ofrecer distintos puntos de vista y claves prácticas durante las próximas semanas y meses. Si tienes cualquier pregunta o simplemente quieres continuar la conversación vía email escribe a destino@destino.news