Fusiones y adquisiciones de empresas se ven condicionadas por el auge de la Creator Economy
Más allá de cuántos fans tengan, los creadores de contenidos son importantes por cómo su figura encaja en el entorno empresarial
El impacto de los servicios de streaming en nuestras sociedades va más allá de lo que puede parecer a simple vista. No se trata de si nos gusta más Netflix que Prime, Twitch que Youtube o Spotify que Apple Music. Lo realmente importante es que nuestros hábitos han cambiado y consumimos de forma distinta. La clave está en que ya no podemos pasar, ni nos dejan pasar, sin cualquier tipo de servicio en stream.
Esta realidad está condicionando las fusiones y nuevas adquisiciones de empresas tecnológicas y de comunicación que intentan posicionarse a puñetazos en un entorno en el que poder escalar estrategias y posiciones y, más importante, no desaparecer mucho antes de lo que fuera previsible sobre el papel de lo hasta ahora establecido. Si nos ponemos en el pellejo de estos conglomerados empresariales, podemos ver que sus aspiraciones y gestiones no son sencillas de materializar. Estructuras arcaicas muy alejadas de métodos agile en sus entrañas, compiten y, no saben cómo absorber (como tradicionalmente han funcionando estas operaciones) a sus nuevos competidores directos que caminan por las calles con su mini-empresa de macro-audiencia en el bolsillo. La pregunta que estas compañías se hacen es “¿cómo podemos ser tan directos como estos creadores a nivel de productividad y comunicación y, a la vez, conseguir que la audiencia ya no pueda vivir sin nosotras?”.
Dos han sido los grandes y más notables movimientos efectuados recientemente que vienen dados por la presión que la creative economy ejerce sobre los mercados a través de su naturaleza (basada en streamming, información y tecnología). Por un lado, la compra de Metro Goldwyn Mayer por parte de Amazon Inc. Por el otro, la fusión ordenada desde AT&T para fusionar su división de Warner Media con la totalidad de Discovery. Ambos casos obligan ahora a revolucionar sus contenidos y, podemos estar seguros de una cosa. Estos movimientos no persiguen objetivos tradicionales y nostálgicos como llenar salas de cine o tenerte postrado en el sofá obedeciendo a un calendario y horarios cerrados.
El problema que los mercados encuentran y que se muestra en esta especie de fricción moderna en la que vivimos, es que a día de hoy cualquiera puede mercadear con contenido, ser creador y distribuidor a la vez y, más importante, hacerlo bien, robarte cuota de mercado y obtener beneficios directos y plusvalías. Hablamos de una sola persona frente a mil. Eso, no es que esté generando un bloqueo para que ciertas empresas lleven a cabo sus operaciones, sino que pone en cuestión las decisiones finales al estar caminando medianamente a ciegas. Esta denominada fricción moderna hace que también se vean alterados los ritmos de otros sectores cercanos como es el caso del financiero, siempre en el corazón de estas operaciones, la ciberseguridad o los departamentos legales en torno a la protección de datos y la privacidad, por una continua renovación conceptual de marcos legales que se ven obsoletos a velocidad de vértigo.
La creator economy o la figura del creador como individuo -tanto monta, monta tanto-, es ese nuevo elemento en tu salón sin el que ya no puedes vivir y que te obliga a re-decorarlo todo porque ya nada encaja desde que llegó para quedarse, incluso a reformar elementos de la estructura (tabiques, techos, columnas, arcos…), para recuperar la armonía perdida, dejándote dos únicos caminos u opciones reales: que todo gire en torno a él o que él sea parte indivisible del todo.