Hola, identidad digital descentralizada
Si el IBEX35 ya se organiza para abrazar la descentralización, ¿por qué tú no?
La identidad es lo que nos define como personas y comunidades. Es la raíz de cada guerra que nada tenga que ver con recursos naturales. La identidad es eso con lo que no hay que jugar, con lo que no se debe jugar. No hay escudo que sirva de excusa, ni apología del humor que valga, ni derecho democrático que exista. Si, con altivez, jugueteas a placer con la identidad del otro en pro de una supuesta libertad de expresión, la estarás cagando. La libertad de expresión -bendita sea y que no me la toquen-, es un escudo de defensa, no una pistola de juguete con la que incordiar. No todo vale, con la identidad no. Así de importante es.
Hasta la llegada del siglo XIX, los conflictos en cualquier rincón del planeta eran ideológicos. Sin embargo, en el XXI han pasado a ser identitarios. Eso es un gran problema. Solo tienes que echar un vistazo tanto a ambos lados del Atlántico como a ambos del Pacífico, para comprobar el resurgir de antiguas simpatías nacionales fuertemente ligadas a formaciones militares y religiosas.
Mientras los siglos XIX y XX se centraron en cómo construir y administrar Estados estables y prósperos, sin preguntar a nadie sobre su procedencia, el XXI, ya con fuertes sistema de bienestar en decenas de países, se dedica a inspeccionar quién pertenece a ellos y quién no. Se han empezado a organizar territorios en base a distintas ideas de identidad donde cada uno, lejos de apostar por la convivencia y la distensión, tiende a proteger su singularidad con tintes supremacistas.
Durante casi 200 años -y salvando distancias con regímenes dictatoriales y períodos bélicos-, monárquicos, republicanos, comunistas, fascistas y liberales han peleado por la construcción de territorios y no por la pertenencia a la nación. Durante dos siglos el dilema fue integrar territorios colonizados, generar movilidad entre ellos y promover la diversidad cultural, no quién pertenecía o podía pertenecer a ellos. Durante doscientos años, las respuestas que buscaban las distintas facciones de cualquier ideología política eran encontradas en conclusiones abstractas provenientes del humanismo o la filosofía. No existe, en cambio -y sirva como ejemplo mi experiencia personal- respuesta cabal alguna a que los catalanes seamos parte de una nación catalana o de una mayor, mejorada y más inclusiva nación española. Respuestas espirituales sí, claro, de esas las hay de todos los colores.
Así que, la gran pregunta del siglo XXI es cómo reconciliar religiones, procedencias y etnias con una convivencia plena en la que se cedan las mínimas concesiones identitarias de cada comunidad o territorio histórico preservando un, siempre mejorable, sistema democrático. La respuesta, paradójicamente, y ya que no parece que la vayamos a encontrar en el mundo real, la encontraremos en el virtual -que aunque lo olvidemos a menudo es una creación tan humana como una tarta de chocolate-. No la hallaremos necesariamente en metaversos, ya que pecarían de cierta irrealidad, sino en una mejor identidad digital para cada ciudadano basada en las virtudes de la Web 3.0. De darse, el principal beneficio vendría con una renovación de la puesta en práctica del derecho a voto (eso ayudaría a una mejor balance de representación para minorías y sociedades polarizadas). Gracias a la tecnología blockchain, podremos escapar del binomio sí/no o la elección de un partido o candidatura en concreto evitando la tiranía de las mayorías, para expresar complejas posturas ideológicas e identitarias y que los parlamentos sean fiel reflejo de cada una de las sociedades.
De tal forma yo, residente andaluz en varias épocas de mi vida, podría votar, por ejemplo: por una Andalucía que asuma más competencias de su estatuto de Autonomía; rebajar el 74% de PIB andaluz en sector servicios en beneficio del sector industria; asumir las competencias de educación. Todo en unas mismas elecciones autonómicas. Quien lleve estas cláusulas en su programa electoral sumará ciertos votos pero, una vez en el gobierno, si no las cumplen, el contrato inteligente que daría acceso al cargo, y que vincula a votantes y políticos, prohibirá la entrada a sus despachos.
Ahora veamos por qué todo esto es importante para los creadores de contenidos y por qué está en su propio interés avanzar hacia una nueva web.
La Web 3.0 es, como su nombre indica, la tercera parte de una serie de evoluciones que internet ha ido acometiendo de forma orgánica desde la década de los años 80 por medio de avances tecnológicos.
Centrándonos en su antecesora (la actual Web2), vemos como el principal problema de choque, que tras décadas de andadura lleva a definirla como una internet técnicamente rota o fallida, es una falta de libre circulación por ella. Algo así como la libre circulación europea de la que los ciudadanos británicos ya no disfrutan. La supervivencia en la Web 2.0 de los creadores de contenido más populares está en entredicho cada día y, con un solo golpe de algoritmo, de políticas de privacidad o cambios en la monetización por parte de la compañía de turno, todo se les puede venir abajo porque, a pesar de sentir que todo es suyo, la realidad es que no controlan las partes más notables de sus negocios.
La actual internet, que en principio se pensó y desarrolló para eliminar cualquier barrera, te convierte en una especie de ciudadano británico tras el Brexit. No puedes moverte libremente de un lado a otro de Europa sin someterte a ciertos controles, cuyos resultados no puedes más que acatar. La Web 3.0 sorteará ese inconveniente y, aún siendo British, podrás visitar, no solo París, Módena o Varsovia, sino también Osaka, Melbourne o Jakarta a placer.
Hoy puedes entrar en Twitter, TikTok o LinkedIn al mismo tiempo, pero has de superar la aduana de cada una de ellas (así que, técnicamente, no lo estás haciendo a la vez sino simultáneamente). Mientras tanto, otras compañías como Alphabet o Facebook pretenden sortear esta problemática dándote acceso universal a sus Estados o Universos. Los primeros te dejan pasear a lo largo y ancho de Gmail, Chrome o Android con una sola aduana o login. Los segundos por Instagram, Oculus o WhatsApp. Ahí vemos el paralelismo entre la libre circulación física y digital.
Al entrar en cada uno de estos Estados (TikTok) o Estados de Autonomías (Facebook y sus empresas), debes presentar tus credenciales (contraseñas y aceptación de reglas) como si no fueras siempre la misma persona moviéndote libremente de una calle a otra. Lo que hagas o produzcas en cada uno de esos territorios estará bajo el control de sus gobiernos y, en cierta medida, será de su propiedad.
No existe, para entendernos, la posibilidad de fabricar una puerta de madera y venderla a un cliente inglés sin pasar por los controles de tu región, España, Unión Europea, Reino Unido y la región inglesa del comprador. Da igual que sea tu cliente y te haya llamado especialmente a ti, no importa lo frustrante que pueda ser; no puedes más que ir de la mano de propios y extraños como un bebé.
Centrándonos en el plano digital y dejando la movilidad a un lado, sucede lo mismo con tus datos (personales o generados con tu actividad). Ni son tuyos ni te los puedes llevar. El modelo de negocio de la gran mayoría de empresas se basa en la gestión de anuncios publicitarios y, el valor de los mismos, lo aportas tú con tus gustos, intereses, miedos, inseguridades, etc. No hay negocio sin ti y no te dejarán escapar porque tú has aceptado sus condiciones legales, todo hay que decirlo. ¿Pero acaso hay otra opción a día de hoy?
La llegada e implantación total de la Web 3.0 es algo orgánico y puede tardar varias décadas en hacerse realidad. No existe un comité que le dé vía verde. Se trata de un conjunto de avances tecnológicos que irán solapando a la Web 2.0 paulatinamente y sin unos tiempos definidos. Tengamos en cuenta además que, para su total penetración, los gigantes tecnológicos mencionados anteriormente han de verse obsoletos, ya no tecnológicamente, sino a nivel social con unas audiencias mirando hacia otro lado. Sin embargo, esto no quiere decir que no vayan a oponer resistencia. La pondrán e, incluso, contarán con el respaldo de sus gobiernos. La certeza de esta idea la veremos con el tiempo.
Lo más importante, independientemente del cómo o el cuando, es que la cuenta atrás para pasar de ser personas en el mundo digital a personas con identidades digitales con está en marcha.
Ahora mismo carecemos de una identidad real y transversal que nos permita movernos por dónde queramos y hacer cuánto queramos dentro de, por supuesto, un marco legal. Sin embargo ese marco legal no puede ajustarse al recorte de libertades y derechos en beneficio de ciertos sectores como el financiero. Si tú quieres hacer un pago a tu carpintero español y, además, quieres que te envíe hasta Yorkshire la magnífica puerta de madera de castaño que ha hecho con sus manos, en la dinámica solo hay tres agentes. Tú, él y el transportista. Mientras cumpláis con la legalidad, ¿qué carajo pintan los bancos por medio? ¿Es que no sois lo suficientemente responsables como para hacer transferencias a las carteras digitales de las partes implicadas? El negocio de los bancos también tiene tintes de obsolescencia y, es por eso, que intentarán copar la tecnología blockchain antes de que la tecnología pueda penetrar en todas las capas de la sociedad.
¡Ojo! No animo a defraudar. Todo movimiento queda registrado en cadenas de datos que pueden consultar ciertas autoridades y, es por eso, que tus operaciones no precisan de tantos intermediarios como ahora. Hablo de que, a medida que el software avanza, más y más piezas del puzzle actual son innecesarias. No es posible que eso solo afecte a cajeros de supermercado o taquilleras de metro cuando, la realidad, es que afecta a todas las capas de la sociedad productiva.
A día de hoy, nuestra identidad natural, con la que nacemos, se replica y digitaliza a modo de espejo desde las administraciones, para archivar y tener un control de la población, verificar si somos o no somos, según sus varemos, merecedores de ciertos estatus (nacionalidades, créditos, avales, permisos, membresías, cuidados…). La información es poder y, esta en concreto, la relativa a ti, está lejos de tu control. Eso genera grandes vicios por parte de quien controla y grandes inconvenientes para quien es controlado; admitámoslo, estamos acostumbrados a ello pero, todos entendemos que habernos desprendido, sin saberlo, del control de nuestras propias identidades, dejándolas en manos de terceros, ha derivado en malas prácticas. Durante varios siglos, los Estados modernos han encontrado en la tutela de la ciudadanía, un mecanismo engrasado para la búsqueda de soluciones a problemas complejos. Ha sido útil, no digo que no, pero la innovación y el progreso ya han superado a esos mecanismos donde, las administraciones públicas y sus contrataciones del sector privado, no son necesarias ni deben ser requeridas durante mucho más tiempo.
La descentralización basada en la revolución digital que se nos viene encima, ofrecerá una especie de auto-soberanía identitaria a cada ciudadano. En torno a ella girará un nuevo mundo que, como todo en esta vida, también tiene sus riesgos.
A nivel moral muchas facciones de la Web 3.0 presentan un problema de privacidad. Imagina que, para combatir las llamadas fake news, se otorgasen identidades digitales decidiendo quién es o no es periodista y, por lo tanto, de quién puedes fiarte o no. Se deberían, en este caso, crear consorcios que validaran y controlaran el estatus profesional de alguien pero, eso, no sería muy distinto de los actuales colegios facultativos (y ejercer, ejerce cualquiera). Ahora imagina ese ejemplo a cualquier otro nivel. Verás que, si dejamos que alguien decida quién es válido o no para algo bajo su propia interpretación de la ley y no por lo que la ley promulgue, correremos el riesgo de caer en las mismas malas prácticas del presente pero, sin embargo, en un plano virtual. Deberíamos, para empezar, invertir el orden de los factores y, primero dejar que la ley decida a través de tecnologías blockchain y, luego, si existen irregularidades, que el sentido común humano resuelva.
Para no caer en este tipo de centralización enmascarada, ya se barajan diversos métodos, como el uso de DLT frente a blockchain (misma idea descentralizada, criptográfica y ágil, distintos remedios). Blockchain es un tipo de DLT o Tecnología de Registro Distribuido (Distributed Ledger Technology, en inglés), pero como muy a menudo ocurre, una marca o servicio acaba ganando el pulso popular al producto en sí (por ejemplo: Post-it vs Papel Autoadhesivo). No profundizaré en ello ahora, solo quiero darte la certeza de que existen proyectos que ya empiezan a ponerse en práctica a través de nuevos desarrollos bajo tecnología DLT. Algunos de ellos, por ejemplo, los encontramos en el congreso de EEUU o en la propia Unión Europea. Sin embargo, aunque la tecnología a usar está clara, un tipo de blockchain como solución para ejercer el derecho a voto, frente a cualquier otro uso, destapa dilemas de seguridad ciudadana que, de materializarse, comprometerían eventos electorales de relevancia. Una transacción fallida no es un problema tan grande para una empresa, porque bastará con compensar a los usuarios que las sufren. En cambio, unas elecciones manipuladas nos dirigirán a unos comicios fallidos si los votos comprometidos hacen variar el resultado final.
Sin embargo, pienso que un desarrollo específico en DLT para un sistema de votación que, ante todo, vele por el proceso democrático, es posible si ofrece un mayor control al usuario de sus datos, haciendo así que una de las partes comprometidas pueda verse apoyada por la parte que no ha sufrido el cyber ataque. Al fin y al cabo, aún siendo un sistema de votación por blockchain o similar, de inicio ya es más garantista que la votación y recuento tradicional. Tanto podemos distribuir en masa millones de papeletas de votación falsas (cosa que hoy en día, aunque es posible, también es muy poco factible porque se han depurado durante décadas los procesos de votación), como podemos hackear una votación. El reto es, para empezar, saber detectar el problema a tiempo.
El desafío al que nos enfrentamos y del que depende buena parte de la industria de la creación de contenidos, que ya alcanza un volumen estimado en torno a los $100 billones (solo YouTube ya espera unos $30 billones de ingresos por stream hacia finales de 2021), es hacer llegar hasta el imaginario colectivo algo que es más una declaración de principios éticos que una realidad tecnológica. La identidad digital o la Self-Sovereign Identity (SSI en inglés) se hará realidad o no dependiendo de lo consciente que sea la ciudadanía de lo que viene por el horizonte. La Web 3.0 llegará a implantarse en su totalidad dependiendo de la respuesta ciudadana al igual que ya sucedió con las versiones 1 y 2. Tenemos delante, por lo tanto, la hazaña de lidiar con los agentes del status-quo: gobiernos y corporaciones que siempre van a tender a mirar por la cerradura de la centralización y que siempre van a ser demasiado rígidos ante tecnologías disruptivas.
No se buscan culpables. Es muy común en el ser humano no percatarse de los cambios que se avecinan, aunque estén sucediendo en su misma puerta. Prueba de ello es el cambio climático o, más específicamente, por ejemplo, la desaparición de la gran barrera de coral. La pregunta es, ¿reaccionará la humanidad ante la pérdida de este ecosistema para salvar el siguiente? ¿Reaccionaremos como sociedad para que no nos sorprenda de nuevo la ola tras el salto de la Web 1.0 a la 2.0? ¿A la tercera va, verdaderamente, la vencida?
En cuanto a los avances hechos en materias de identidad digital podemos dividir el espectro hispano en dos:
Países en los que existen proyectos en curso.
Países en los que encontramos comunidades activas en torno al debate.
De forma significativa en el primer apartado encontramos a Argentina, Colombia, España y México, mientras que el segundo estaría formado por Chile, Costa Rica, Perú y Uruguay. Podríamos incluir también a Brasil y Portugal, en cuyo caso los cariocas entrarían en el primer grupo y los ibéricos en el segundo. Antes de proseguir hay que tener clara una cosa. Aunque existe un diálogo en torno a temas de identidad digital entre todos estos países, en este momento la voz hispana o ibero americana no está siendo escuchada y no está participando de los foros internacionales en torno al tema, liderados por EEUU, Canadá y Reino Unido. Esta particularidad es un gran inconveniente que podemos ejemplificar de forma práctica a través de un caso de éxito como el de Spotify y su oferta de podcasts o Twitch y sus creadores hispanos.
De los 62.1 millones de latinxs viviendo en Estados Unidos (18.7% de la población), hasta un 56% ha escuchado al menos un podcast (34.8 millones de personas). Un 33% (20.4 millones) lo ha hecho con podcasts en español. El 25% de los latinos afincados en EEUU menores de 18 años ha escuchado al menos un podcast durante el último mes. El 38% de los oyentes latinos de podcasts en USA dice hacerlo para sentirse conectado con su comunidad u orígenes, según el informe anual de Edison Research. Y así, una cascada de datos incontestables a nivel de consumo que nos llevan a saber que, en cambio, los datos demográficos en cuanto a, cuántos latinxs son creadores de contenido con sus propios podcasts, difiere mucho de ese cincuenta y seis. Solo un 11.4% de los creadores de contenido en EEUU son latinos o hispanos (muy por debajo de su peso en el país y muy lejos del primer grupo, catalogado como White, con un 68.9%). A nivel global, la comunidad latina estadounidense hispano hablante solo ocupa un 1% en plataformas como Twitch dentro del Top 100 de creadores de contenido -estando este ranking liderado por España con un 61.8%-.
Spotify, que ha construido parte de su imperio gracias al big data, reconoce en esto un problema de diversidad y lanza sus propios planes lanzadera para promover un reflejo de la realidad en su plataforma porque, a nivel estratégico -unido a la filosofía de pluralidad de la compañía-, si no hay suficientes latinos expresándose a través de sus propias creaciones, Spotify estará perdiendo cuota de audiencia ya que, la sociedad hispana o latina, no conecta con la anglosajona del mismo modo que con la suya propia. Una cuestión de identidad capaz de mover montañas.
Tengo claro que la diversidad latina o hispana tiene, obviamente, puntos en común con la anglosajona (y viceversa), pero cada una es única y debe de ser tratada con una atención hecha a medida, porque no todas las comunidad sienten, se expresan y se relacionan con el entorno del mismo. Es por ello de suma importante aumentar el volumen y mejorar el posicionamiento en torno al debate internacional, ahora liderado por el mundo anglosajón, de identidad digital descentralizada.
Sin desmerecer al resto de países y proyectos, España, en parte gracias a su posición dentro de la Unión Europa, es líder en desarrollos e influencia dentro del mundo hispano en estos dos grupos que he configurado. Tradicionalmente, España ha tenido gobiernos que han impulsado proyectos de transformación digital como el DNIe pero, sin embargo, esta productividad no se ha visto reflejada en una apetencia por soluciones descentralizadas, y las señales a corto plazo no son positivas a juzgar por el Real Decreto-ley 14/2019 del 31 de octubre en el que, básicamente, el gobierno español se cubre las espaldas ante el cibermundo. Para ello, se crea un marco jurídico que tiene por objeto regular las normas relativas a la documentación nacional de identidad; a la identificación electrónica; a los datos que obran en poder de las Administraciones Públicas; a la contratación pública y al sector de las telecomunicaciones. Todo esto no quiere decir que una identidad digital descentralizada no vaya a ser posible, sino que, tal vez sí pero, siempre y únicamente, se hará con la tutela de Moncloa.
Comentaba con anterioridad que la batalla iba a ser dura, que ni Facebook ni Google se iban a rendir y que iban a intentar controlar la tecnología para que sus bondades no fueran descubiertas antes por la ciudadanía (no por un odio a ella, sino por supervivencia corporativa). Pues bien, sabemos que esto está sucediendo ya con Facebook, quien está implementando su propio metaverso (extensible a todas sus empresas y en especial a Oculus) pero, desde luego, ilustra bien la idea de la centralización intentando centralizar la descentralización o, en otras palabras, corporaciones intentando anular el proceso descentralizador pero aprovechando sus ventajas.
Existen en España distintas empresas asentadas, principalmente, entre Barcelona y Madrid con sedes en países como Suiza o Estados Unidos, desarrollando trabajos formidables en las cuales centraré un próximo artículo pero, hoy, me detendré por un momento en un proyecto que no merece ser encasillado ni en espacio, ni en tiempo. Al menos no definidos. Una iniciativa interesantísima a todos los niveles. Su nombre, Alastria. Fundada en 2017 por Banco Santander, BBVA, Iberdrola, Telefónica, Gas Natural o Repsol entre otras empresas, este consorcio se autodefine como “la primera red nacional regulada basada en blockchain del mundo”. A pesar de la falta de expectación, al tratarse de un tema tan nuevo como complejo de entender, esta unión es de máxima importancia y puede marcar el rumbo de un país entero (estructuras y ciudadanía) para los próximos 50 años. Profundizaré en ello, como decía, en la segunda parte de esta publicación sobre identidad digital.
El mundo es una composición de equilibrios. No importa tanto lo que nos gustaría que fuera como sí lo que de verdad llegue a ser. El resultado final de algo siempre será la suma de intereses del todo y no la suma de las voluntades de todos.
Los promotores de Alastria han desplegado una estrategia de concentración para, todos a una y de forma compartida, hacer frente a una tecnología descentralizadora que, si hubieran decidido obviar, podría haberles hecho mucho daño. Usándola en el momento preciso, antes de que nazcan nuevas empresas basadas orgánicamente en tecnología DLT, hace que puedan preservar sus posiciones y mejorar sus servicios. Esto no quiere decir que el futuro no nos vaya a regalar empresas blockchain nativas, creadas o absorbidas por las mismas que han formado Alastria pero, desde luego, si eso sucede, será bajo su tutela.